Correo Literario de Wislawa Szymborska y la importancia del talento

En estos primeros días de Septiembre, mientras agotamos el verano y el ritmo de trabajo aún está un tanto ralentizado, dispongo de más tiempo para poder escribir algún artículo sobre mis últimas lecturas.

Nunca escribo por obligación. Necesito un detonante, algo que realmente me haga despertar o algún descubrimiento que quiera compartir.

De Wislawa Szymborska no sabía mucho, la verdad, tan solo que es un conocida poeta polaca, que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1996. Lo que me llevó a elegir su libro, Correo Literario, como lectura de este verano, fue saber que también es traductora y ensayista, y que durante muchos años estuvo al frente de un «consultorio literario» en la revista Vida Literaria, una publicación semanal de literatura que nació en 1951. En el año 1953 Szymborska entra a formar parte del consejo de redacción de la revista, y en 1960 se crea esta nueva sección con las respuestas que la redacción da a los autores que envían sus obras.  Wislawa es una de las dos personas que se encargan de ella y de responder a las consultas de los lectores que querían iniciarse como escritores. En este libro podemos encontrar una estupenda recopilación de esos textos que se publicaron durante los 21 años que duró su trabajo en esta sección de la revista denominada: Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor.

En estas respuestas desarrollaba una crítica sincera, clara y directa, en la que brilla su sensatez y, especialmente, su ironía y su ingenioso sentido del humor. Además nos ayuda a conocer su particular forma de entender la literatura y de ver la vida cotidiana y la realidad de la época.

El libro comienza con la entrevista, o mas bien conversación, entre Teresa Walas, catedrática de Literatura Polaca en la Universidad de Jaguellónica de Cracovia y gran amiga de la escritora y Wislawa Szymborska.

Teresa Walas le dice a Wislawa:

Me he dado cuenta de que eres una de las pocas personas que tiene el valor de decirle a un simpatizante de la literatura que un escritor ha de tener talento. Los críticos serios, en nuestro días, no se sienten a gusto utilizando esta palabra, forma parte más bien de las palabras silenciadas, por no decir desacreditadas.

Szymborska responde que aunque es un concepto difícil de definir eso no significa que no exista, el talento.

La verdad es que yo, como me dedico a la crítica literaria, puedo permitirme ciertas libertades. El talento… algunos lo tienen y otros no lo tendrán nunca.

Tras leer estas líneas uno sabe que esta es una evidencia incuestionable, pero hay que tener agallas para decirle a alguien que empieza, y confía en tu criterio para que le hagas una valoración sobre su obra, que no lo tiene y lo que es más importante que nunca lo tendrá. Aquí ya estaba entregada y solo estaba leyendo la introducción…

Teresa le pregunta a continuación si las personas que le escriben no hacen alusión a los ejemplos de genios incomprendidos a lo que Wislawa contesta:

De vez en cuando. Pero el auténtico calvario era Rimbaud. Los autores de dieciséis años sabían que a su edad había escrito poemas geniales, así que ¿por qué iban a ser peores los suyos?

Después dice que la primera idea para un escritor novel era debutar, para ello «había que saber sobre qué escribían los autores a los que se publicaba, y después intentar escribir algo parecido. Sólo algo más tarde aparece en el autor algún pensamiento propio y una forma de expresión personal…» En resumidas cuentas, ya sabemos que cuando algo funciona se tiende a copiar la fórmula, yo añadiría que a veces hasta quemarla, en vez de buscar esa personalidad que dé un carácter propio a la obra o al autor.

Después de leer con devoción todas y cada una de las respuestas que Wislawa daba en su sección, debo confesar que me lo he pasado realmente bien leyendo este libro. Maneja el sentido del humor y la ironía de forma magistral. Es coherente, directa y dice verdades que no todo el mundo está dispuesto a asumir, pero ahí están sus impresiones sobre el tema, que no tienen desperdicio. Admiro enormemente su seguridad y la libertad de la que disfruta para poder decir realmente lo que piensa, sin autocensurarse, sin ser paternalista ni políticamente correcta, sin miedo a lo que puedan decir o pensar, ni a las consecuencias que puedan derivarse de sus críticas, algo que hace con la intención de ayudar a los escritores noveles. De forma educada, y respetando al escritor, intenta ser lo más justa y sincera posible, y supongo que eso le generó más de un enemigo, y que el tono de sus repuestas no sería entendido por sus interlocutores en muchos casos, ni por el autor de la consulta, ni por otros lectores que pudieran estar en la misma situación y se diesen por aludidos. Y así lo refleja en algunos de sus comentarios, en los que vemos que, efectivamente, no se libra de que le acusen de cortar las alas a los jóvenes talentos literarios, a lo que ella responde con maravillosas metáforas y ejemplos para explicar «que el talento literario no es un fenómeno de masas».

«A esos frágiles retoños hay que criarlos entre algodones y no como hacen ustedes, criticar su debilidad y su incapacidad de dar un fruto ya maduro». Le comenta una lectora un tanto indignada por las respuestas, a lo que Wislawa contesta:

No somos partidarios de la cría en invernaderos de retoños literarios. Es necesario que crezcan en un ambiente natural y que se vayan adaptando desde un principio a sus condiciones. A veces el retoño cree que va a ser un roble y nosotros vemos que no es más que una brizna de hierba. Ni el más atento de los ciudadanos será capaz de convertirlo en un roble…

Y así, de esta forma tan rotunda e ingeniosa zanja la cuestión.

De entre todas las reseñas que he sacado de este libro hay algunas que me interesan especialmente porque hace alusión a la recomendación de lecturas:

Los hay también que nos piden una relación completa de los libros que hay que leer, como si el desarrollo del escritor no exigiera total autonomía en ese ámbito.

Parte del trabajo de una librera es recomendar. Somos prescriptores, y lo hacemos con gusto si un lector nos lo reclama, pero francamente yo prefiero ayudar a que cada persona encuentre su libro. Es muy emocionante como lector dejarse sorprender, elegir en función de lo que a uno le apetezca verdaderamente leer en ese momento, o lo que le llame la atención, esa es la mejor forma de acertar. Puede ser una portada, el título, la sinopsis, una frase evocadora, el autor, la época en la que está escrito, un párrafo que nos traslade a otro lugar, una reflexión que nos haga recordar, una sola palabra o imagen, o simplemente algo que nos haga sentir que no podemos dejarlo de nuevo sobre la mesa, porque este es nuestro libro, el elegido para acompañarnos en un viaje o para deleitarnos en nuestro tiempo dedicado a la lectura.

Sigo avanzando en la lectura y encuentro otra reflexión interesante, en torno a la misma cuestión de la recomendación de lecturas, en este caso para un chico joven que empieza a interesarse por la lectura y la escritura, y que les solicita su progenitor, a quien contestan:

… no somos partidarios de proponerle lecturas, por así decirlo «adecuadas». Tendría sentido si el jovenzuelo no mostrara ninguna afición por las letras y tuviera la intención de convertirse en uno de esos técnicos brutos. En este caso ese riesgo no existe en absoluto. Que se busque libros por su cuenta (de hecho, ya lo hace), que aprenda a elegir por sí mismo, y si se interesa por algún libro demasiado difícil para su edad, no se preocupe, léalo usted también a hurtadillas para tener argumentos cuando haya que hablar del tema. Porque hablar de libros es algo necesario.

Ay!! (no puedo evitar un pequeño suspiro)… la importancia del libre albedrío… incuestionable… Y por supuesto la afirmación final, la importancia y la necesidad de hablar de libros, de la puesta en común, de las distintas lecturas, de las discrepancias, de los aprendizajes, de las referencias, de las evocaciones, del aprendizaje, de las aventuras, de los descubrimientos, de las reflexiones, de los sentimientos… de todo lo que hay en ellos… que compartido sabe mejor.

Y así se suceden una tras otras las anécdotas y situaciones a las que se enfrentaba cada semana Wislawa en el «Correo Literario». En más de una ocasión me sorprendí esbozando una sonrisa tras leerlos, pero el que reproduzco a continuación me provocó una sonora carcajada.

Sus poemas, querida, son anticuados tanto en la forma como en el ámbito de las ideas. Es algo sorprendente en una joven de diecinueve años. ¿No serán versos copiados del álbum de recuerdos de su bisabuela?

¡Fantástica Wislawa! Quiero entender que al otro lado de la comunicación se encuentra una joven con ganas de aprender, con sentido del humor y con la inteligencia suficiente para encajar una crítica. Pero francamente lo veo difícil…

A veces me reía sola viendo la ingenuidad de algunos… ¡es que se prestan a llevarse un buen revolcón…!

«Pido perdón de antemano por las faltas de ortografía, pero tenía mucha prisa cuando estaba pasando el texto a limpio…» comenta uno de los que enviaban sus cartas a la redacción. Y aquí llega la respuesta:

Es curioso. Hasta ahora pensábamos que las prisas afectaban solo a la legibilidad de la letra. Además, si ya nos ponemos así , haya se escribe igual de rápido que halla, y… Por otra parte ¿para qué todas esas prisas? Primero, el fin del mundo no será hasta mediados de Febrero. Segundo, no se sabe si el fin del mundo afectará también al «Correo Literario». Tercero, sus versos son de momento apenas notas sueltas, de las que solo con una desbordante imaginación se podría llegar a hacer un poema. Un saludo.

Una cuántas páginas más adelante un lector pregunta directamente sobre cómo llegar a ser escritor, recibiendo a tan relevante cuestión la siguiente respuesta:

La pregunta que nos hace usted es muy delicada. Es cómo cuando un niño le pregunta a su madre cómo se hacen los niños, y su madre le dice que se lo explicará más tarde, que está muy ocupada, y el niño empieza a insistir… «Entonces explícame aunque sea cómo se hace la cabeza…» A ver, intentemos también nosotros explicar, al menos, la cabeza: pues bien, hay que tener algo de talento.

Se puede decir más alto, pero no más claro… y así podría reproducir muchas de sus respuestas, a cuál más ingeniosa y divertida sin cansarme. Pero para cerrar este artículo rescato sólo una más… porque esto es lo que me ha pasado leyendo este libro, que siempre quería leer una más… De existir una sección como esta en algún medio literario estaría totalmente enganchada y esperaría cada semana la sección de crítica literaria. Por suerte tenemos este libro publicado por la editorial Nórdica Libros al que volver de vez en cuando para disfrutar de Wislawa. Aquí va el último bocado… y en esta ocasión no es sólo un extracto sino la respuesta completa, porque es digna de mención, al menos a mí me lo parece:

Ha considerado usted nuestra respuesta una ofensa personal. Sin ningún motivo, la verdad. Cuando hablábamos de falta de imaginación, tan necesario en poesía, no poníamos en duda sus virtudes -su buen corazón o su carácter-, ni tampoco su profesionalidad en el ejercicio de su oficio, ni sus horizontes intelectuales, ni sus buenos modales, ni su hombría. En definitiva, en ningún momento nos hemos extralimitado en nuestras nimias prerrogativas como redactores de esta sección. ¿Acaso es una afrenta decirle a un rubio que no es moreno, si encima es él mismo quien lo pregunta? Persiste todavía la romántica idea de que ser poeta es el mayor de los honores y un gran prestigio. En realidad, el mayor honor y el mayor prestigio es hacer de forma intachable lo que uno sabe hacer. Nuestros mejores deseos.

Después de leer este libro valoro mucho más a todas aquellas personas que ejercen la crítica literaria, una labor poco valorada ¡pero tan necesaria! Creo que a veces nos olvidamos del sentido del humor y de que se pueden decir muchas cosas con ingenio pero siempre con respeto. De lo que no estoy tan segura es de que los interlocutores que reciben estos mensajes sean capaces de verlo así… Pero esa ya es otra cuestión.

Gracias Wislawa por tu coherencia, tu valentía y tu gran sentido del humor. Lo he pasado realmente bien leyendo tu correspondencia literaria…

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María Fernández

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