Ayer vinieron a la librería Pablo y Mateo con sus padres y pasamos un rato bastante divertido. Me acaba de enviar su madre las fotos del momento…
Intrigados por saber cómo funcionaba una máquina de escribir decidí contarles como antes, en vez de escribir con un ordenador, lo hacíamos en estas máquinas cuyas teclas había que pulsar con fuerza para poder plasmar sobre el papel cada letra.
No hay más que ver sus caras mientras tecleaba con destreza mi querida máquina de escribir. Les conté el número de pulsaciones que había que conseguir para tener un título de mecanografía, entre 250-300 por minuto, y escuchaban con sorpresa y atención. Yo conseguí el título con 9 años, que me saqué para poder ayudar a mi padre en su trabajo.
Se me colaban los dedos entre las teclas de las máquinas antiguas en las que aprendí a escribir por recomendación de mi profesor, porque los exámenes se hacían en la Plaza de la Villa de Madrid, en pesadas y enormes máquinas, y era conveniente estar familiarizada con ellas para superar el examen. Y doy fe que no había tratos de favor porque me tocó la más grande y vieja que había en mi fila.
Y aprobé…
Me encantaba escribir a máquina y escuchar los golpecitos al ritmo que marcaban mis muñecas sobre las teclas. Seguramente porque lo que me hubiese gustado realmente es tocar el piano y en el pueblo no había profesores ni clases de música.
Sigo golpeando las teclas…, con fuerza y con ritmo como cuando era una niña. Tengo que esforzarme para no coger carrerilla y martillear con mi soniquete el teclado extraplano de mi ordenador. ¡Cuántos recuerdos!
Y casualidades de la vida, termino de leer el artículo de hoy de Isabel Coixet en el XLSemanal (que os recomiendo porque es una delicia) en el que habla de su máquina de escribir, y justo recibo estas fotos.
¿Será que hoy es el día de hablar de las máquinas de escribir…?
Sí…. Sin duda. El azar quiere que hoy las recordemos.

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Gracias por el artículo, muy interesante!
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